sábado, 4 de agosto de 2012





Cuando se caen las hojas aún verdes de las enredaderas pareciera que algo de muerte anda dando vueltas por las veredas. Cualquier escultura lo sabe. Sin embargo, todos los que pasan por el costado, cierran los ojos y endurecen los dedos. Nadie quiere, puede o sabe recordar cuando ellas, las enredaderas, nos prometieron ser laberintos eternos. Será por eso que hay que barrerlas rápido. A las hojas y sus promesas. El viento se encarga de eso. El olvido también. A los pájaros sólo les corresponde llorar mientras cantan.