lunes, 14 de septiembre de 2009


Y si escribo, es entre ruidos.
Ruidos que no terminan, que invaden y atraviesan.
Ruidos de esos, los inevitables, los necesarios. Los que se buscan como parte de uno, de la preciosa necesidad de que el día sea cierto y ellos estén.
Ellos, los ruidos, los eternos ruidos de los mil nombres.

Entonces.
Si los ruidos son míos.
Si llevan mi nombre en la espalda.
Si ellos mismos se me suben por todos los rincones para decirme que están, que llegaron, que tuvieron buen día y me extrañaron, que dónde estabas y a qué hora volvés, que esto es más importante porque vos lo sos para mí, que la fecha era ayer y un favorcito nada más, vos que podés y te sale tan bien.
Si todos mis ruidos andan circulándome para abrazar lo que soy...
¿Acaso es culpa de ellos que yo no logre hilvanar palabras?
¿Acaso ellos deberán cargar encima de sus propias espaldas tan pequeñas, tan milagrosamente perfectas, la responsabilidad de mis silencios?
¿Son estos ruidos los que me quitan las palabras esquivas y a contramano?
Basta.
Que vengan mis ruidos a poblarme
Que vengan y se aniden
Que me enseñen nuevos lenguajes en nuevas voces
Tal vez este es el tiempo, el desafío, la verdad
Tal vez hoy deba hablar de ellos

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