Cuando se caen las hojas aún verdes de las enredaderas pareciera que algo
de muerte anda dando vueltas por las veredas. Cualquier escultura lo sabe. Sin
embargo, todos los que pasan por el costado, cierran los ojos y endurecen los dedos. Nadie
quiere, puede o sabe recordar cuando
ellas, las enredaderas, nos prometieron ser laberintos eternos. Será por eso
que hay que barrerlas rápido. A las hojas y sus promesas. El viento se encarga
de eso. El olvido también. A los pájaros sólo les corresponde llorar mientras cantan.
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