viernes, 25 de junio de 2010


Caminó. Siguió caminando. No se detuvo. Nada podía distraerlo ahora. Supo que esa sería su última oportunidad. No giró la cabeza. No cambió el paso. No tocó sus bolsillos. No respondió cuando gritaron su nombre. No. Sólo puso un paso adelante del otro. No podía sonreír. Quiso. No pudo. Ahora las voces las tenía adentro. También lo llamaban. Opinaban, reían, susurraban. Necesitó cerrar los ojos para espantarlas. Aún así no dejó de caminar. Algún día llegarían las respuestas. Por ahora, sólo necesitaba seguir la pista de esa pregunta al aire. La que nadie quería responder. Sólo seguir caminando. Aunque fuese por el borde de una pared. Encima de vidrio molido. Paso a paso. Con el miedo a cuestas. Con el suelo lejos. Con los golpes de los de abajo, palabras, ojos y juicios piedra, vidas de piedra, de los que quedaban a ambos lados de la pared haciendo puntería con su cuerpo. Su figura en lo alto. Él mismo como una bandera insoportable, solitaria. Y andante.

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